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Sabemos, por todo ello, que esos valores se han mantenido, hasta haceros ejemplares, en el espíritu y en la labor de los Humanitarios. Un espíritu y una labor nacidos para que nadie entre vosotros pasara hambre ni frío, para que ni el desamparo ni la pobreza fructificasen en esta tierra, para que ni la enfermedad ni el sufrimiento os vencieran. No queríais tampoco que vuestras tradiciones se perdieran, no queríais, en fin, como dice el poeta, ver morir en el hogar el fuego de los abuelos.

Vuestro pueblo es un pequeño compendio de la revolución industrial y de la historia de quienes la hicieron posible en Asturias. El carbón fue el combustible de esa revolución y con la minería irrumpió, en una tierra tranquila y apegada a las explotaciones agrarias y ganaderas, la modernidad, con sus conquistas prodigiosas y también con sus dolorosos y graves problemas.

 

Aquella naturaleza privilegiada, de idílica belleza, con la que convivían vuestros antepasados, empezó un día a transformarse y así se fue labrando vuestra valiosa historia y la de tantos pueblos de las Cuencas Mineras asturianas. Una historia que supo extraer riqueza y entregarla generosamente al servicio del progreso de España. Una historia colectiva de generaciones que lucharon bajo tierra para mirar al cielo, que en la oscuridad de la mina ansiaron la luminosidad de la superficie, que desde el orgullo de las raíces mineras supieron encontrar nuevas identidades, que hicieron, de la dura realidad, la utopía.

 

Con la minería llegó, además, un ir y venir de personas que en esta Cuenca del Aller ya no se interrumpiría nunca. Primero bajaron los hombres de las aldeas alleranas, luego vinieron de otros concejos, más tarde de Castilla, de Galicia, de Extremadura, e incluso hasta de Portugal. Todos fueron acogidos fraternalmente, aquí crearon familias, aquí arraigaron sus vidas. Y no pocos de vosotros sois herederos de aquellos emigrantes esforzados y sacrificados.

 

Todos los oficios y profesiones de la minería se alimentaban de la información, de la instrucción y del conocimiento, y a su vez engendraban comunidades, organizaciones, ansias de mejora, reivindicaciones y fiestas.

 

Moreda fue así, durante más de cien años, un organismo vivo, dinámico, nutrido de lo más próximo y también de lo lejano, y en continuo movimiento. Además, los habitantes de este pueblo de raíces, de tránsito, de mezcla, comprendieron antes que muchos otros el valor y la fuerza liberadora que traen la educación, el conocimiento y la inteligencia.

 

Lo comprendieron los abuelos y los padres de los cientos de estudiantes que partieron camino de los seminarios y de las universidades, y se dispersaron después como excelentes profesionales por Asturias, por toda la geografía española y por todos los continentes. Ellos volvieron y siguen viniendo, y traen noticias que os hacen estar en contacto más directo con otras culturas y otros mundos.

 

Lo comprendieron aquellos jóvenes, hombres y mujeres, nacidos aquí, que impulsados por una vocación misionera, viajaron a América, a África, a Filipinas, a Japón, a Vietnam, a China, y que volvían para contarlo y para agrandar los horizontes de vuestros pueblos. También salieron de aquí otros hombres y mujeres que en los años 60 se vieron obligados a emprender el camino de la emigración a otros países europeos, a Bélgica sobre todo, y que entonces traían noticias de derechos y libertades ensombrecidos en España. Nunca quisieron perder sus raíces y por eso regresan cada año, como hoy, como cada día de vuestra fiesta de San Martín.

 

Ahora, a pesar de que las Cuencas Mineras atraviesan tiempos de transformaciones irreversibles, las huellas de esa tradición están grabadas en todos los rincones de vuestros valles y en vuestros corazones. Ese recuerdo os ayudará a fraguar un porvenir que tenéis que inventar y construir cada día y entre todos; un recuerdo indestructible y emocionado de quienes entregaron sus vidas al extraer la riqueza de las minas y al que nos unimos, de todo corazón, la Princesa y yo.

 

Es cierto, también, que han desaparecido de este valle y de otras cuencas mineras muchas cosas. Pero han surgido otras, promesas de un futuro que se adivina próspero. A ellas tenéis que enfrentaros con el mismo ánimo y el mismo valor con los que habéis vivido siempre, para construir, de ese modo, una nueva vida para todos. Crear oportunidades de trabajo y potenciar las que han surgido llenas de esperanza en los últimos años; ayudar a quienes llegan desde muy lejos buscando un nuevo camino y cerrar las viejas heridas causadas por la explotación minera en vuestras montañas, para recuperar y defender así vuestra privilegiada naturaleza, son algunas de esas importantes e inaplazables tareas. Un poderoso ejemplo de ello en vuestro concejo, con fuerte atracción turística y en avanzada fase de realización, es el de la Estación Invernal de Fuentes de Invierno, en el Puerto de San Isidro.

 

De esta forma, el pasado y el futuro se dan la mano para hacer un camino que os lleva desde la cultura de la producción a la de la creación, del flujo de la energía mineral al de la energía de las nuevas iniciativas, del dominio de los recursos naturales a los ambientales, que en este Concejo de Aller son tan desbordadamente generosos.

 

Vuestra más importante preocupación debe ser ahora, por tanto, ese futuro, en un mundo tantas veces convulso, de vertiginosos cambios, y en el que la economía se hace cada vez más global y la comunicación instantánea. Un mundo más pequeño y total en el que se abren nuevas y grandes oportunidades para las sociedades en democracia y libertad, las sociedades abiertas, que permitirán la creación de más riqueza para el progreso de la ciencia y para combatir la pobreza y la injusticia. Un mundo que ya está aquí, pero que conocerán más profundamente vuestros hijos. Las montañas que se elevan ante vosotros, antes que invitaros a encerraros en ellas, os impulsan, como siempre, a mirar alto, a ser imaginativos, a arriesgaros a subir a sus cimas y superarlas para descubrir lo que hay al otro lado y ver así ese mundo nuevo, esos cielos nuevos y tierras nuevas.

 

La Princesa y yo os damos las gracias de todo corazón por recibirnos con tanto cariño. Sabemos que dentro de unos días celebraréis la fiesta de San Martín, vuestro patrono, que ya hacemos nuestro. Por ello y por este Premio, os felicitamos con alegría a todos en Moreda.

 

Para la Princesa y para mí es una gran alegría regresar a Moreda, pues queremos unirnos con entusiasmo a vuestra felicidad al haceros entrega del Premio al Pueblo Ejemplar de Asturias. Un galardón que se os ha concedido con todo merecimiento, tras haberlo perseguido con una tenacidad que hace honor al camino, nada fácil, que habéis hecho, generación tras generación y desde hace más de cien años, gracias a la Sociedad de los Humanitarios de San Martín.

 

Queremos también recordar con gratitud a todos los pueblos que han presentado sus candidaturas para optar a este Premio, animarlos a que sigan trabajando y a que mantengan su firmeza para recibir el reconocimiento a su constante esfuerzo. Agradecemos al Jurado su difícil labor, que ha ejercido con rigor y responsabilidad. Nos han hablado mucho de vosotros, de este concejo, de vuestro pueblo, de estos valles, de estos montes tan bellos, de vuestros bosques y ríos.

 

  Nos han hablado también de vuestro afán por ser mejores, de vuestra esforzada vida y vuestra fortaleza ante las adversidades, de que nunca rehusáis el sacrificio ni renunciáis a la alegría y a la esperanza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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